En una carta que escribió a su hijo, relató sobre Jerusalén y escribió lo siguiente:
“No hay israelitas en ella (es decir, en Jerusalén), porque desde que llegaron los tártaros, huyeron de allí, y algunos fueron asesinados por la espada. Solo dos hermanos curtidores compran el derecho de teñir al gobernador, y a ellos se les unen hasta formar un minyán que reza en casas durante los sábados.”
Describe a Jerusalén en su desolación, con solo dos judíos en ella: un par de hermanos curtidores que realizaban el trabajo despreciado de teñir pieles.
En una excavación que realizamos aquí en el Muro Occidental, se encontraron pozos de tinte que parecen enviarnos un saludo desde aquella carta del Rambán, y nos recuerdan que incluso después de una gran destrucción puede llegar la redención y la renovación. Que a pesar de los tiempos difíciles que Jerusalén ha conocido, logró crecer y convertirse en el centro de atracción que es hoy.